Vuelvo a escribir en este Día de la Madre, exactamente 11 años después, porque es mi primer año como madre y abuela, condición que evoca en mí sentimientos ya experimentados que estoy percibiendo con gran intensidad.
Todas somos hijas. No obstante, tengo la osadía de afirmar que absolutamente ninguna de nosotras ha comprendido el verdadero significado de la palabra hijo hasta que ha tenido al suyo en el regazo y que, ni siquiera entonces, ha sido consciente de cuánto abarca el hecho de ser madre. En el paritorio sentimos cómo nuestros hijos salían de nuestras entrañas. Fuimos testigos excepcionales del milagro de la vida, pero cuando nos cortaron el cordón umbilical no podíamos ni imaginar que otro cordón invisible nos dejaría encadenados a esas criaturillas para siempre, que estaríamos pendientes de su salud y cuidados, de sus entradas y salidas, de sus éxitos y fracasos. No pensábamos, entonces, que sus ilusiones, sus frustraciones, sus proyectos y sus sueños llegarían a interesarnos más que los nuestros.
Nos encanta compartir el día a día con nuestros hijos. El único problema es que la vida parece venir con el turbo incorporado y transcurre demasiado deprisa, como si de una carrera a contrarreloj se tratara. El trayecto parece largo, pero en realidad avanza con una velocidad de vértigo o así me lo parece a mis 58, con una madre de 84 y una hija a punto de cumplir 32, que ejerce con pasión su propia maternidad y que parece reflejar en su hijo lo que ella recibió de mí. Es como si el subconciente guardara en algún rincón escondido la manera en la que nos trataron y, llegado el momento, lo proyectara a imagen y semejanza. Yo, al menos, me reconozco en ella. Admiro y me satisface enormemente su entrega, paciencia y ternura.
Retomo la dedicatoria que escribí en un día como hoy:
A todas vosotras: madres de los tesorillos de mi clase, madres de mis "niños grandres", madres amigas, madres primerizas, madres expertas, madres en puertas, madres y abuelas, por vuestro amor, dedicación, esmero e ilusión. Porque tengo la certeza de que cada una de vosotras habéis vivido esta etapa maravillosa de la vida como lo he hecho yo misma: con toda la pasión, las dudas, la intensidad y la felicidad que hemos sido capaces de sacar de nuestra mente y de nuestra alma. Porque me consta que más allá de nuestro cansancio, a veces, y de nuestros temor, en otras, estamos pletóricas de alegría y nos dejamos llevar por la fuerza que nos proporcionan los hijos a los que un día les dimos vida. Parirlos fue lo más fácil. Nuestra lucha está en el día a día, en compartir cada una de sus etapas con la convicción de que su camino es largo, de que nosotras los acompañaremos en la salida, que les hablaremos de los obstáculos que podrán encontrarse, que les ayudaremos a superar algunos baches, que nos gustaría allanar su trayectoria por la vida, pero no siempre será posible. A nosotras nos corresponde prepararlos física y mentalmente para su ruta: cuidando, alimentando, curando, mostrando, educando, advirtiendo, jugando, riendo, guiando,... Pero, en definitiva, la meta es solo suya. Hagamos que partan hacia ella sintiendo todo el empuje del amor que les tenemos.
En esta ocasión me pide el corazón hacer mención especial a las madres que forman parte de mi vida.
Elogio a la adorable mujer que me llevó en su vientre, me amamantó, me crió y a la que, todavía hoy con su Alzheimer, se le llena la boca a diario al nombrar a su HIJA. Cuánto la quiero y cómo desearía retenerla y protegerla.
Elogio a la adorable mujer que me llevó en su vientre, me amamantó, me crió y a la que, todavía hoy con su Alzheimer, se le llena la boca a diario al nombrar a su HIJA. Cuánto la quiero y cómo desearía retenerla y protegerla.
Alabo a mis tías y mujeres de su época porque fueron madres y abuelas coraje y, a su lado, a las compañeras de los juegos de mi infancia, mis primas, por la entrega con la que desempeñan su maternidad.
Cito, por su admirable fortaleza, a la madre que prometió a su hija en su lecho de muerte cuidar a su nieto como si fuera ella misma y a la que ha acompañado a su hijo en la enfermedad hasta su despedida. Espero no tener que compartir ese sufrimiento extremo con ninguna más, así como no tener que volver a sentir el pánico innombrable en la mirada de la que piensa que va a ser ella la que va a dejar a sus hijos a medio camino.
Ensalzo a las madres de mi tutoría y a mis compañeras, también a las que sólo conozco de vista en el cole porque en todas ellas advierto el trasiego que nos marcan las circunstancias laborales y familiares y que, no por ello, merma nuestra dedicación constante.
Aludo, como colofón, a las madres de mi familia. De nuevo a mi hija, ella es mi estrella y la madre recién estrenada que me alegra la vida y, con ella, a mi sobrina que le lleva cinco años de ventaja en la apasionante misión de ejercer una maternidad responsable y a mis "hermanas-cuñaíllas", porque las tres hemos tenido el privilegio de tener a la abuelita María como referente en la compleja tarea de estar atentas a nuestra plebe las 24/7. Es formidable sentiros tan cerca en todas y cada una de las fases que conlleva esta maravillosa aventura de ser MADRES. Vosotras sabéis, mejor que nadie, que sin Emilio, mi adorado compañero, padre y abuelo paralelo en mi vida, mi misión como madre sería bien distinta. Concluyo con él y, a través de él, haciendo mención especial a los hombres que nos acompañan, se entusiasman, sufren y gozan de nuestra paternidad compartida.
A disfrutar de nuestra maternidad hoy y siempre mamitas mías 🤗